domingo, 10 de abril de 2016

Los grandes filósofos políticos de la Ilustración

Los más destacados representan­tes del movimiento filosófico polí­tico del siglo XVIII fueron tres escritores franceses: Montesquieu, Voltaire y Rousseau.

Montesquieu, retrato anónimo del siglo XVIII.

Montesquieu (1689-1755): Charles de Secondat, barón de Montesquieu, descendía de una noble familia de magistrados y ocupó altos cargos en el parlamento de Burdeos. En 1721 publicó las “Cartas Persas”, há­bil sátira en la que un viajero per­sa censura con agudeza el absolu­tismo francés.
Montesquieu viajó por Europa y residió dos años en Inglaterra, lap­so que aprovechó para estudiar la organización política y social de ese país [1].
En 1748 editó su obra maestra, titulada El espíritu de las leyes, después de trabajar en ella veinte años.
 
Portada de la primera edición de "El Espíritu de las Leyes". En ella no figura el nombre del autor.
  En esta obra expuso su teoría sobre una posible organización política de los países. Expresó su desacuerdo con la tradicional división de los gobiernos formulada por Aristóteles en el siglo IV a.C. (monarquía, aristocracia, de­mocracia).
  En una nueva clasifica­ción, Montesquieu los distingue como monárquicos, republicanos y despóticos. Negó que existiera una forma de gobierno uni­versal adaptable a todos los pueblos, por cuanto las instituciones políticas y sociales de un Estado dependen de va­riados factores que influyen sobre sus leyes: históricos, sociales, geográficos, etcétera.
Admirador del régimen inglés, se in­clinó hacia la monarquía parlamenta­ria, basada en el honor (la nobleza) y controlada por las leyes.

Enemigo de la opresión y del despo­tismo, enunció su famosa teoría sobre la separación de poderes:
- el ejecutivo, en la persona del rey, quien hace cum­plir las leyes;
- el legislativo, encargado de redactarlas, debe recaer en una Cá­mara de la nobleza (análoga a la de los Lores) y otra de representantes, de la que deben excluirse los pobres;
- el judicial, que debe ser totalmente independiente, única forma de que pueda proteger los derechos de los individuos contra las arbitrarieda­des de los otros dos poderes.

La separación de poderes tuvo gran influencia posterior, por cuanto la adoptaron los constituyentes americanos y los gobiernos franceses que siguieron a la Revolución.

Voltaire, copia de busto de Jean-Antoine Houdon (1778, Fundación Thomas Jefferson)
  Voltaire (1694-1778). Es el seu­dónimo que utilizó François Marie Arouet. De origen burgués, se destacó desde temprana edad por su facilidad para las letras, y a través de su larga vida escribió novelas, poemas, obras de teatro y abundante material filosófico.
Ingenioso y polemista, sus pri­meros trabajos literarios le origina­ron conflictos con la nobleza; fue encarcelado en la Bastilla y luego se exilió en Inglaterra, donde las instituciones y la política religiosa del país despertaron su admiración.
A su regreso publicó las Cartas Filosóficas, en las que criticó el régimen imperante en Francia; por eso fue perseguido y tuvo que radi­carse en Lorena, más tarde en Postdam- donde fue huésped del rey Fede­rico II-, y por último, en la fron­tera franco-suiza. Hasta su muerte, ejerció un predominio intelectual sobre toda Europa.

Voltaire fue un crítico mordaz, agresivo, po­lemista e ingenioso. Profundo admira­dor de las instituciones inglesas, de­fendió con todo vigor la libertad indi­vidual e inició una "lucha general contra toda autoridad". Profesaba el deísmo y creía en la inmortalidad del alma. Con múl­tiples escritos atacó al clero y a la monarquía absoluta.
Como ha dicho un autor [2]: "Su anti­clericalismo fue feroz y convirtió en una verdadera manía su aversión a la Compañía de Jesús".
En sus ideas políticas estuvo lejos de ser un demócrata. Concibió al gobierno "como un mal necesario" y se mostró partidario de una monarquía ilustrada o una república dirigida por la burgue­sía. En este último aspecto conviene destacar que Voltaire temió siempre al elemento popular, probablemente por una posible reacción ante sus ataques contra la Iglesia.

Rousseau, busto de Jean-Antoine Houdon (1779, Museo del Louvre)
 Rousseau (1712-1778). Juan Jacobo Rousseau nació en Ginebra. Hijo de un relojero francés, creció en me­dio de abandono e indiferencia; su humilde origen le obligó a ejercer diferentes oficios.
De talento superior, inquieto y voluntarioso, llevó una vida aven­turera y bohe­mia. Sufrió muchas humillaciones, por esto despreció la sociedad y amó la Naturaleza.

En esas épocas, Ginebra era una pe­queña república, de mínima importancia. Rousseau pasó la mayor parte de su vida en Francia, admirando siempre los paisajes de su tierra.
Tenía treinta y siete años y no había logrado destacarse como pensador y escritor. En octubre de 1749 Rousseau ganó el concurso de la Academia de Dijón y alcanzó celebridad con un trabajo sobre el tema “Si el progreso de las cien­cias y artes había contribuido a corrom­per o a purificar las costumbres”.[3]

Expuso sus doctrinas políticas en el Contrato Social (1762), obra que ejerció poderosa influencia en las generaciones posteriores. En ella afirma que el hombre vivió originariamente en estado natural, lo que significó que todos eran libres e igua­les en derechos. Al aparecer la propiedad privada surgieron las diferentes formas de desigualdad social, y entonces la única posibi­lidad de establecer una comunidad feliz, es ceder los derechos indivi­duales a la colectividad política (Estado) por medio de un "contra­to social". En esta forma, cada in­dividuo conviene con los demás en someterse a la voluntad de la ma­yoría.
Por lo tanto, el Estado es el re­presentante de la soberanía popu­lar y el régimen perfecto de gobierno sería la democracia directa.

En otra obra titulada “Emilio” (1762) critica los métodos educa­tivos de su época y propicia el sis­tema espontáneo, basado en la libertad del niño y en su propia experiencia. Rous­seau expuso sus vicios, defectos y virtudes en las “Confesiones”, traba­jo de sorprendente sinceridad acerca de su vida.

FUENTE:
COSMELLI IBÁÑEZ, JOSÉ: Historia moderna y contemporánea, 15ª ed., Bs. As., Troquel, 1968, pp. 254- 257 (adaptación)
Los clásicos no pasan de moda.

Por último, un inefable video elaborado por estudiantes de la Universidad Monte Ávila. La deplorable pronunciación del francés le arrancará carcajadas a más de uno (yo no pude contenerme, francamente). Pero el contenido está bastante bien, y los relatores derrochan entusiasmo...








[1] Muy conforme, dijo a su regreso: "Inglaterra es el país más libre que existe en el mundo, porque el príncipe no tiene el poder de hacer el menor daño a nadie, en razón de que su poder está limitado e inspeccionado por otro. Aun cuando un individuo tuviera en Inglaterra tantos enemigos como pelos en la cabeza, no le sucedería nada".
[2] Cosmelli Ibáñez no cita la fuente.
[3] Escribe Rousseau: "No, el progreso no ha mejorado al hombre. El hombre primitivo vivía feliz e inocente. El hombre es naturalmente bueno. La civilización (progreso de las ciencias y las artes) tan solo ha proporcionado satisfacciones sensuales, estimulando el egoís­mo y organizando la explotación social".
En 1754 envió a la Academia de Dijón una segunda memoria, titulada la Desigualdad humana. Además, remitió un ejemplar a Voltaire y éste le contestó: "He recibido vuestro libro contra el género humano, y creo que agradará a las gentes, aunque sin corregirlas. No se puede pintar la sociedad en colores más sombríos, ni nunca se ha empleado tanto ingenio, en desear que nos convirtamos en bestias. Leyendo vuestro libro, dan ganas de andar a cuatro patas. Desgraciadamente, hace ya sesenta años que perdí esta costumbre y dejo por lo tanto la posición natural (de cuadrúpedo) a los más dignos de ella que vos y yo".

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